21 abril 2006

Drawing Restraint 9


Matthey Barney se para en el borde, allí donde las tensiones colisionan. Con el espíritu de las vanguardias busca llevar el límite al paroxismo. Su materia es fugitiva, escurridiza, inaprensible. Modela su escultura con “las circunstancias aleatorias de un viaje en barco”. Ensaya figuras, impone moldes, idea tramas. Se obsesiona con la estructura. Dibuja mapas, traza coordenadas, registra el movimiento en coreografías. Björk lo ayuda, escribe partituras, organiza los acontecimientos en timbres orgánicos sobre frías métricas industriales. Ambos saben que su empresa es inútil. Está condenada al fracaso porque trabaja con lo incontrolable, donde el código pierde sentido. Ellos continúan. Postulan símbolos, inventan rituales irrepetibles. Preparan ceremonias inefables hasta que el mito se libere del rito.
Después se sientan a esperar, se alejan y observan. Los colores buscan su forma. Los pliegues se superponen, pli selon pli: naturaleza-tecnología, Occidente-Oriente, color-forma, mito-logos. La organización se vuelve plural, rizomórfica, las dicotomías pierden su condición, se disuelven en infinitas texturas. La tensión no desaparece, el devenir es irrefrenable. La transformación los invade: es permanente, es violenta, es sexual, es caníbal. La materia se traviste, los arrastra, los posee. Las identidades se confunden y se diluyen. Sólo entonces llega la calma, con la aquiescencia ante el caos. “Los japoneses aceptamos que la realidad es efímera”, explica en su idioma el capitán del barco. Los “invitados de Occidente” agradecen en sus lenguas. La irreductibilidad, la incomensurabilidad es la materia de Barney.