30 marzo 2006

Ist Die Kunst Tot Und Zu Ende?


Rafael Argullol dice en su introducción a las lecciones sobre el arte que dio Hans-Georg Gadamer en 1974, publicadas como "La actualidad de lo bello", que la supuesta extinción del arte ha dado lugar a numerosas malinterpretaciones, algunas por desconocimiento de Hegel, otras por excesiva fidelidad a la arquitectura hegeliana. O se absolutiza el significado de "muerte" estableciendo un claro antes y después de la creatividad artística, o se trata de explicar el efectivo desbordamiento de la conciencia artística que insuficiente ya en la marcha histórica hacia la autoconciencia, deja lugar a la superior misión de las conciencias religiosa y filosófica. Argullol propone que el valor actual de la "muerte del arte" hegeliana exige una distancia crítica con respecto al sistema de Hegel.
Para Hegel, desfallece el arte clásico y su equilibrio entre materia y espíritu. El romanticismo inclina la balanza hacia el sujeto. Hay un exceso de conciencia por parte del artista respecto de su obra. Gadamer opone a esta idea del arte como pasado, una visión kantiana del arte basada en la autonomía de lo estético. Entonces, es posible trazar un "puente ontológico" entre el arte clásico del pasado y el arte moderno. Esta es la propuesta gadameriana que basada en una estética de inspiración kantiana, heideggeriana e incluso hegeliana, intenta explicar cómo no existe esta supuesta ruptura en el arte.
Gadamer ya había dedicado la primer sección de su "Verdad y Método" a recuperar la verdad como experiencia en el arte frente a la mentalidad cientificista que intenta acotarla con exclusividad a su campo. Su crítica a la conciencia estética que él encuentra ligada al subjetivismo del siglo XIX, se dirige a la puntualidad y el carácter efímero del Erlebnis, de esa experiencia momentánea en la cuál el sujeto vierte de manera arbitraria una significación que carece de toda conexión orgánica con la situación histórica y la realidad en la que vive. Gadamer parte de las conclusiones heideggerianas de la obra de arte como acaecer de la verdad, pero se sitúa en un camino que lo aleja de las interpretaciones nihilistas para acercarlo a Hegel. El encuentro con la obra de arte debe insertarse en una trama histórica. La experiencia estética es una experiencia histórica, y en ella se da una experiencia de verdad que modifica al observador en una continuidad dialéctica de la obra con el sujeto, consigo mismo y con su historia. La verdad gadameriana del arte se opone al modelo de verdad científica como verificación metódica. El arte es conocimiento con un carácter veritativo propio, no subordinado a la ciencia. El fundador de la ontología hermenéutica explica que la palabra griega Καλον no designa sólo las creaciones del arte sino lo que es deseable sin sombra de dudas y que no es necesario justificar mostrando su utilidad. La experiencia hermenéutica tiene la misma estructura ontológica que la experiencia de lo "bello". De esta manera, el concepto gadameriano de verdad toma como modelo la experiencia del arte.
Catorce años después, en esta línea de pensamiento Gadamer dicta sus lecciones sobre estética. El concepto de Καλον continúa refiriendo en alguno de sus aspectos a algo que goza del reconocimiento y la aprobación general. Es por este motivo que no puede preguntarse por qué gusta lo "bello". Hay una suerte de autodeterminación en lo "bello" que se cumple sin necesidad de fines. Entonces Gadamer trata de establecer una continuidad y zanjar la ruptura en el arte accidental. Los instrumentos de los que se va a valer son las nociones antropológicas de juego, símbolo y fiesta. Gadamer responde con estas nociones al "enigma de la simultaneidad de presente y pasado en el arte".
El juego entendido como un impulso que genera una racionalidad libre de fines, un exceso base de nuestra elevación creativa al arte. Un hacer comunicativo junto con el espectador que en su vaivén nos demora, nos vuelve permanentes.
El símbolo como una tarea de construcción. "Quién crea que el arte moderno es una degeneración, no comprenderá realmente el arte del pasado. Es menester aprender, primero a deletrear cada obra de arte, luego a leer, sólo entonces empieza a hablar." El símbolo como aquello en lo que se reconoce algo como lo ya conocido. “En la obra de arte no sólo se remite a algo, sino que en ella está propiamente aquello a lo que remite.” Un re-conocer que capta la permanencia en lo fugitivo. Un encuentro con la obra de arte que heideggerianamente deja ser a lo que es sin que esto implique una repetición de lo que ya se sabe.
La fiesta como comunidad, como la celebración que nos une a todos, donde no hay aislamiento sino congregación. Una unión en una intención común. Una especie de retorno que origina el orden del tiempo propio. El tiempo se vuelve festivo, se detiene.
El arte tiene estas tres características porque lo bello propio del arte, también las tiene. La belleza es una garantía de que en medio del caos de lo real, la verdad no está en una lejanía inalcanzable, sino que nos sale al encuentro. La función ontológica de lo bello consiste en cerrar el abismo abierto entre lo ideal y lo real.
Gadamer concluye sus lecciones advirtiendo sobre dos peligros que acechan la experiencia artística. El primero es el kitsch que consiste en esa forma de gozar de algo porque resulta conocido y notorio. Se disfruta de ese encuentro porque no produce impacto alguno. El otro extremo del kitsch es el degustador de estética, segundo peligro, que se manifiesta en las artes interpretativas. Se trata de la desviación hacia un nivel estético secundario, un fanatismo por los interpretes que desvía la atención del hecho estético primario: la obra.
Entonces para Gadamer el arte no ha muerto, el arte es uno sólo, el mismo de hoy, de ayer y de siempre, que logra que "en el momento vacilante haya algo que permanezca".